La verdad es que a mí me afecta mucho ver gente mayor o muy mayor por la ciudad. Majadahonda es ciudad para mí tanto en cuanto que veo gente a la que nunca he visto antes. O sea, todos los días que voy por la calle, veo gente totalmente desconocida, como me pasaría si voy por Madrid. La gente mayor va con lentitud, con penoso paso acompañada por las chicas internas generalmente sudamericanas. Yo ya he tenido en mi familia experiencia con las internas. Yo creía en septiembre que no existían este tipo de personas o trabajo, pero luego me di cuenta por la calle que Majadahonda está llena de ellas. A una necesidad, su respuesta. Estuve renegando de que existiera una interna como Dios manda hasta que apareció Sara, la marroquí Sara, que fue como una bendición en casa de mis padres pues estos la aceptaron de inmediato. Digo que ver ancianos y ninis y extranjeros sin oficio ni beneficio me pone tenso. Cada persona en este mundo debería tener su lugar, su ocupación que no fuera el alcohol, el ocio improductivo, las malas compañías, etc. Un país noble, una ciudad noble debería dar soluciones a la gente que la habita y no relegar a algunas personas a la marginación y la perdición (aunque este último término suene a iglesia o a novela de bajos fondos).
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