Detrás de la ventana con látigos y luces se sentía la lucha de la arena con el agua. El mar traía espumas de lejos, de muy lejos y las muchachas lloraban su triste sino de sirenas. El mar volcó su agua por minutos y minutos y yo no me dormía soñando con dulces abanicos que no paraban de dar envidia a los sátiros de la tarde. Se humedeció la cara de la novia con sus perlas transparentes de desdicha y al dejar de llorar, pidió una cerilla para alumbrar una virgen que consuelo le daba. Y todo es así, a modo de tristeza del mar y de las arenas y de los pocos que pisan las playas y de los pocos que se asoman al mostrador a sorber un café y de los pocos que montan en un avión y ven el océano por la ventanilla y de los pocos que viven en paz en una ciudad de provincias y toman un vino antes de comer. Y los pocos que tienen una enfermedad mental que les produce tristeza en el alma y quizás más allá y de los pocos que aman esta vida y no quieren sangre en los telediarios. Y todo es así: unos pocos quieren maltratar la vida y otros desean que la vida luzca cada mañana.
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