El mundo da el tañido de una luz que viene en la resplandeciente monotonía del día. Acaso una flor, acaso un monte de alegría hay que subir para no estar durmiendo todavía el sueño de horrorosas apariciones que nos despiertan intranquilos. Daba a la flor temprana su dulce tañer de la dulzaina. El que las sabe, las tañe y vaya esto por el autor de la inmensa tercera que vivió hace 800 años en Salamanca. Y poco he de contar ya que no se sabe quién o quiénes me fastidian los días a base de mentiras y de egoísmos vanos. No sé quiénes son esos secretos de mal agüero que me rodean con sus desagradecimientos y sus ocultaciones y sus manías. Pero me da igual, el agua tomará la forma de la jarra y del vaso también y si es necesario, de la serpentina del licor del olvido para no verles más, para no quererlos más. El agua, como la palabra, se devalúa, no vale en el fondo del mar, toda ella hecha masa informe.
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