Me he inventado un mundo mucho más equilibrado y justo y feliz que el que hay en la Tierra. Este mundo habita un planeta 20 veces más grande que el planeta que habitamos hoy en día los humanos. En ese planeta, no existe la guerra, no existen los medios de transporte al uso en la Tierra (no existen los coches). Sus habitantes andan, solo andan por el planeta recorriendo sus rincones y sus monumentos. En ese planeta, al que he bautizado Novaterra, no existe tampoco la muerte. Todos los humanos son inmortales. Pero una revolución cambia ese status de los seres humanos y los vuelve a convertir en mortales. Es el neocatolicismo. Los neocatólicos renuncian a la inmortalidad del cuerpo para buscar la inmortalidad del alma y así, desean otra vez morir. Pero el estado de Novaterra ha roto todos los puentes entre el hombre y Dios; sobre todo, la oración. No hay en Novaterra nadie que se sepa el padrenuestro, toda la tradición religiosa ha quedado en la Tierra, asolada por la III guerra mundial. Entonces Cristo se aparece a los novaterrenses y les enseña otra vez el padrenuestro y el conocimiento de los santos y la Virgen.
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