Hoy por la tarde llueve. Tras de los cristales llueve. Pero no con mucha convicción. Hay otro cristal que llueve azul en el papel, pero tampoco con mucha convicción. Parece hoy un día no muy convencido de su existencia. Aunque sea hoy la noche de reyes, al día parece difícil abrirse paso entre tanta gilipollez. La locura de los niños se contagia a los adultos y gilipollean unos y otros ante el escaparate multicolor de la imbecilidad. Quizás mis palabras sean un tanto duras para una noche como esta, tan especial, pero es que no me salen otras. El amarillo luciente de la farola dice ya basta a tanto ir y venir, a tanto aceleramiento y a tanta vulgar tontuna. Pero como la gente común disfruta tanto de la novedad de este día, pues digamos que la noche de este día de reyes traerá los sueños de oriente envueltos en papel de seda y celofán dorado. Y así, los caprichos de grandes y chicos se verán colmados y vivirán felices con ese jersey de lana o esos guantes de cabritilla. Y en fin, vaya día más emocionante, sí señor.
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