Hoy, al tomarme café en un bar, el camarero me ha dicho que escriba la historia de un secuestro. Se ha puesto a perorar sobre cómo debería yo llevar la historia (con mucho suspense). Luego, he ido a andar. Al venir, he estado con mis padres. Les he preguntado si han dormido bien. Parecían un tanto disgustados y no sé por qué. Mi madre se ha puesto a hacer sopas de letras y mi padre no hablaba. Les he dejado el periódico para que leyeran y me he venido a casa y me he fumado un cigarrito. Como dije en otro blog, la calle es un museo: gente mayor que anda, ninis que beben cerveza y hombres de negocios que hablan de dinero y de proyectos por el móvil. Me acuerdo ahora de Perico. Está arrestado. Quizás solo vaya al hospital y a dar un pequeño paseo mientras lucha contra el desorden de su cuerpo. Ve las novelas turcas por la tarde. Es como un soldado que lucha. La vida, a veces, no nos da tregua y hay que cavar una buena trinchera desde donde ver venir al enemigo. Pues en la trinchera estaremos hasta nueva orden.
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