Nos vamos a Segovia. Ayer estuve pensando en mi cuñao, ese cuñao. Dimos ayer también una vuelta por Madrid en coche. Madrid es una cosa de locos. Madrid, como dijo Delibes, es un inmenso aparcamiento. No he visto tal caos desde que se formó el mundo, que, según Ovidio, no había quién distinguiera un águila de un lagarto. Hay coches por todas partes, hay ramales que salen y que entran a la vez, hay túneles muy misteriosos que no se saben dónde van. En fin, Madrid, para los madrileños. Que se lo coman con papas.
Me he despertado y me he duchado en agua tibia. Los recuerdos de ayer ya no permanecían hoy. Me dispongo a ir a Segovia, capital del diablo que hizo el acueducto con el rabo.
Iré también a mi pueblo a ver a mis vecinos que estarán entumecidos por la crisis y el frío y tendrán que beber varios vinos par entrar en calor.
Las capitales son la corte de lo insólito y los pueblos, de la lógica práctica.
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