Estamos en una época de celebración del músculo y de la vida sana. Los que fumamos nos sentimos mal y los que van al gimnasio son como una comunidad que valora y cultiva su cuerpo a ultranza.
Pero el gimnasio es un sitio aburrido, todo en él es muy individual. Aunque haya mucha gente, nadie habla con nadie. Te pones a correr o a hacer pesas y estás solo y tu esfuerzo no lo ves jaleado por nadie. El gimnasio es para mentes fuertes, para personas que doblegan sus ganas de estar tomando un café en amena conversación y se aburren inmensamente mientras pasan los minutos allí venciendo a su propia voluntad de estar lejos.
A los que van al gimnasio no les gusta hablar con la gente o sus conversaciones son muy superficiales y vanas. No son filósofos los que aman a sus cuerpos, son materialistas, son materia ellos mismos. Tienen su alma al servicio del cuerpo. Los del gimnasio aman al espejo, no al prójimo; el prójimo siempre es sospechoso de que le guste leer, conversar o escribir y estas actividades, para el gimnasta, son propias de un marciano. Los gimnastas aman su cuerpo y a través de él se aman mucho a sí mismos y ya no pueden amar a nadie más. Los gimnastas están equivocados pero tanta equivocación es un acierto. Son egoístas y ser egoísta en esta época es un verdadero triunfo.
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