Cuando me levanto por las mañanas a eso de las once me pregunto obsesivamente, propio de mi enfermedad, ¿sería yo capaz de ponerme a trabajar?, ¿vale algo lo que escribo?, ¿merece la pena el estado en que estoy en que no tengo ocupación alguna?, ¿no estaré yo ya inutilizado para la vida, para una vida plena, con un trabajo? Estas preguntas responden a un estado mental llamado rumia y consiste en preguntarme una y mil veces por la misma cosa. Una vez que me he preguntado todas estas cosas sentado en el retrete, se da paso al día y todo se diluye en las pocas cosas de valor que hago durante la mañana. Por la tarde me viene una especie de desesperación cuando se hace de noche que se disipa hablando con Paco. Yo creo que la necesidad es la madre de la voluntad y que si ahora no necesito trabajar, no lo haré pero si me viera en tal menester, lo haría. La rumia no me deja disfrutar de la vida. Es como si no me creyera que yo estoy pensionado, que algo fuera a ocurrir en mi situación económica. Estate siempre alerta, no se sabe lo que va a pasar mañana.
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