Vivimos acosados. Esa es la verdad. Las cifras de la economía nos encogen el corazón. La situación de parados o de subvencionados nos ata al poderoso Estado como si fuéramos limosneros. El que trabaja está más que nunca atado al trabajo, también acongojado, no fuera a perderlo o a dejar de pagar lo que debe. Las noticias de corrupción, delincuencia, comportamiento del ciudadano medio nos tienen asustados. No nos podemos fiar ni del vecino. El miedo engendra miedo y eso es bueno para el Estado. Estamos a la merced de la noticia que quieran darnos y si esa noticia sigue engendrando el monstruo del miedo, mejor. Nunca el ciudadano tuvo tanta desconfianza en sus dirigentes y en la gente que le rodea. Nunca la moral estuvo tan baja aunque cuentan de Sodoma y Gomorra. Ahora lo que hace la gente es estar asustada, no sabe cómo va a pasar el mes, no sabe si cualquier incidente derrumbará su pobre economía. No hay fiesta, no hay alegría, no hay sonrisa alguna que destelle un poquito. Pero bueno, si todo va mal, tú muéstrate fuerte y espera a que el sol salga de una vez.
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