Ser profesor exige mucha paciencia, ensayar unos métodos y saber cuáles de ellos son válidos; o sea, con cuáles aprenden más los alumnos. Si algo funciona, úsalo y mejóralo para que no pierda eficacia. Hay que inventar todos los días programas e ideas que llevar a la práctica del aula.
Hay cosas que gustan a los alumnos, por ejemplo, actualizar de modo coloquial un personaje histórico para hacerles ver que ese autor fue un hombre al que le pasaron cosas. Para ello, hay que saber muy bien la biografía de ese autor y saber contarla de modo muy ameno y así ver cómo ese hombre se inclinó a escribir.
El profesor de literatura ha de ser un poco escritor él mismo.
Hay que proponer actividades atractivas para que las realicen los propios alumnos aunque no salgan perfectas. Por ejemplo, usar adjetivos, narrar, inventar una historia para que vean por ellos mismos lo difícil que es escribir. La teoría reducida, escueta es aburrida y además forma, como dijo Dámaso Alonso, una necrópolis de fechas y nombres. Lo académico ya no sirve como tal, hay que hacer participar al alumno en lo que se explica.
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