No halló respuesta. Sabía que su mujer estaba tumbada en la cama y le molestaba grandemente que ella siempre eligiera el mutismo en su enfado, un enfado muy particular, muy suyo.
Se fue al salón. Rememoró aquella tarde pasada con ella en su ocupación favorita, la lectura. Después de leer un pasaje en el que se cantaba a la juventud y al amor, él le dijo a ella que le gustaría que ella volviera a tener veinte años y ella se enfadó. Ella se fue a la habitación sin decir nada y no le había hecho café y no había comido con ella las galletas que compraban juntos en el supermercado.
Al hombre le gustaba ahorrar electricidad así que no dio la luz y se quedó allí a intervalos en los que se asomaba a la habitación y volvía a implorar tímidamente perdón sin respuesta alguna. El hombre pensaba: "no sé si es orgullo, vanidad o demencia senil. No sé por qué se amotina esta mujer por la edad, últimamente. No se puede hablar de su edad. Debí ser más cuidadoso. El otro día me dijo que nunca ha sido tan bella que a los ochenta. A este paso, nos encierran en una residencia". El hombre lo intentó de nuevo tras estas reflexiones. Le perdonó y le hizo prometer que no pondría más en duda "su juventud veterana". Luego le dio un beso pero el hombre estuvo pensando de más en la cama y le costó coger el sueño.
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