Este otoño y esta lluvia persistente me han hecho perezoso. Las calles se tiñen de un gris perla que viene del cielo que es la entraña de una ostra feroz que nos va a tragar en su cerrazón oscura y fatídica.
Me levanto por las mañanas sin interés alguno, con la zozobra del que se ha dejado invadir por la humedad reinante. Cualquier decisión se posterga para cuando deje de llover, para cuando escampe un poco y un rayo de luz aventurero cruce las nubes y devuelva a la ciudad un poco de claridad y sequedad tibia.
Enciendo un cigarrillo y otro más y me quedo mirando al techo o por la ventana y me hipnotiza tanta agua, tanto suelo mojado, tanta hoja del árbol que escurre la humedad del cielo de los días.
Me quedo así, mirando y recuerdo que hace unos días todo estaba seco, todo brillaba y hacía calor y ahora todo es acuático, húmedo y todo está como impedido, el agua hace estas cosas.
Da pereza salir, luchar con la lluvia, deshacer tu cuerpo seco que sale de las sábanas en el intento de no mojarte aliado con un paraguas.
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