Ese día de domingo él estaba instalado en el sábado, creía firmemente que el fin de semana se estiraba como la goma. Quizás tuvo que ver que el sábado fue tranquilo e insulso como el pan sin sal.
Habían ido los tres a la sierra a pasear y se quedaron solos en el camino de montaña cayéndoles la noche encima. En el bar del puerto, cuando salió a fumar un cigarro el escenario era espectral, con la oscuridad reinante por las dos vías que conducían hacia otras montañas, solo se veía a doscientos metros el cruce de las carreteras, un símbolo de lo que le ocurría a él porque se le cruzaba un destino incierto, muy poco alumbrado en su vida. Un camino se agotaba y otro cruzaba pero estaba oscuro y gélido y fantasmal.
Ya por la autopista se centró en pensar que era domingo pero a la vez no le gustaba, quería seguir instalado en el sábado pero tampoco sabía qué tenía el sábado de especial como no fuera la antítesis del domingo, en el que todo es claudicante y fatal como un abismo. Ya en la cama, se dio cuenta, por el silencio reinante, que la día siguiente, muchos madrugaban, muchos madrugaban.
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