En un cuento de Chéjov aparece un personaje que es oficinista y que cuando llega a su hogar atestado de niños, todavía tiene que escribir un capítulo de una novela por entregas para una editorial para sacar esas perras que le ayudan a pasar el mes.
Al oficinista le daba sueño y se dormía y las campanas de la iglesia le volvían a despertar para poder acabar ese maldito capítulo a marchas forzadas.
La ironía del cuento está en que este oficinista se preguntaba si habría algún escritor que se preocupara de escribir la agonía que él estaba sufriendo por sacar adelante la familia.
Realmente, Chejov estaba dando cuenta de ese oficio de escribidor de novelas por entregas.
Yo me pregunto si sería capaz de escribir una historia por obligación, no guiado por mi imaginación sino por mi necesidad. Pero seguro que lo haría si me estuviera muriendo de hambre, como muchos rusos en la época de Chejov.
Me resultó curioso este cuento y pensar el montón de oficios que hay en el mundo tan dispares. No se sabe quien vive y quien muere.
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