Está el día tristón. El cielo se ha ensombrecido con unas nubes grises y alegóricas de algo oscuro como puede ser no saber adónde ir, con quién estar o qué hacer que nos entretenga.
El aburrimiento se ha adueñado de la ciudad.
Las televisiones emiten la retransmisión de un partido de fútbol que a todo el mundo cansa por repetitivo, la gente va al bar y no hay mucho diálogo, tensión comunicativa, empatía.
Por la calle no circulan más que los paseantes de los perros y los perros ladran un ladrido desacompasado y agónico como la misma tarde que ya se va convirtiendo en noche por efecto de los nubarrones que tapan la luz.
Una vecina ha regado los geranios rojos de la desesperación.
Y como obedeciendo a una ley que no está escrita, un niño pequeño llora en su habitación y no se sabe qué tiene, si llora de sueño, de un dolor escondido o del ambiente nostálgico que coge la noche por el horizonte.
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