Ha llegado el día de los muertos. Salen un poco entumecidos de sus tumbas y se dan un paseo al bar, a recordar a los mortales que son polvo y putrefacción, salen los ojos de sus cuencas inyectados en sangre, salen esas manos puercas y corrompidas a tocarlo todo, a dar los buenos días mientras una sonrisa abyecta les recorre el rostro, salen los peores muertos que no podían descansar a gusto bajo tierra por sus malos pecados y vienen al terreno de los mortales a decirnos que se está muy mal enterrado y reconcomido por la mala conciencia que dan los vicios y los crímenes cometidos cuando vivos, salen los muertos, salen a ver a los vivos y a recordarles lo feo que se está bajo el imperio de los gusanos hambrientos de carne inerme.
Y salen los muchachos de sus casas y van a buscar caramelos disfrazados de brujas y demonios y otras cosas peores y ensayan con el vecino el truco o el trato, el truco o el trato y así pasa una jornada en que reina el poder de la ultratumba más radical.