Tierra ingrata y fuerte. La armonía reclama un canto a algo más allá del amor. El viento del sur tibio extravía la razón de vivir duramente, de estar enamorado de la vida sin afán. Las ceremonias olvidadas ya no lucen en esta tarde avecindada en una hermandad cansada. Es así de bonita la luna sola y eterna. No hay en mi mente pensamiento para la maldad de otros. Surge una estela y un sabor de agua a los que obedecer sin dudas ni penas. Es de agradecer este abandono, este olvido de seres como olvida también mi mejor amigo. Si la muerte fuera un hueco de escalera, qué dolor habría en la tierra y en el mar. El que habita la casa junto con mi alma, decidió hace tiempo no pensar, no magullarse con ira, no dolerse de nada, no apetecer el frenético meditar. Levántense los gorriones del suelo y vuelen al sur donde el calor gobierna las alas aventuradas del no cavilar.
Mi fervor de vivir y la calamidad del mundo se juntan
para darme a entender que no hay cosa sana, perfecta o querida.
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