Se me pasan unos minutos escribiendo. La mañana cuesta, se sale del sueño y despertar es como una bofetada de realidad. Y las pastillas que tomé anoche no ayudan a incorporarme a la vida despierta. Soñar con Dios es vivir inútilmente. Dios no se muestra, no aparece en este mundo. La fe hay que ir haciéndola con rezos y devociones. En el fino y mojado aire de la mañana tiene lugar la renovación de la vida, el empiece de un ser que se incorpora, la remontada de la noche. La primavera, acaso, es ese niño que ríe por el jardín. La gente ya conversa por la calle y cambia impresiones y se desmenuza en diálogos, se quiere querido de los demás, rompe su alma contra el vecino, ahuyenta el temor de vivir otro día.
El sosiego que me invade no desplaza la tristeza.
Todo es nuevo cada mañana.
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