He notado que me relaja escribir así que voy a escribir. Estoy solo en casa y un poco extraño. La vida ha pegado un vuelco grande. Tengo ya una edad para que anden buscándome las vueltas. La tarde está aburrida, es una tarde de domingo en la que las aceras sueñan con la gente. Hasta el lunes no se harán realidad esos sueños de esas tiras arrastradas por encima de la calzada. Los coches pasan con cuenta gotas. Ni los borrachos andan por la calle. Los días últimos pasaron muy lentos. Ahora parece que el reloj, cuando lo miro, va más rápido. Es desolador mirar el panorama de la resignación. Espero en el futuro una forma de llevar la vida mejor. Ya digo que escribo para relajarme. No busquéis en mis palabras cosas concretas y tangibles. Solo habrá en mis palabras insinuaciones y los colorantes del verbo escrito. Mi hermano anda en sueños oscuros y lamentables pero yo sigo creyendo en él, más que en las mentiras de otros. Hay gente ahí fuera muy mala, con mucho daño que repartir. He de eludirlo, he de poner de mi parte para que ese daño no me afecte. Me estoy relajando, que era para lo que escribía todo esto. De mi piel brota un sentido entre tranquilo y preocupado. Nada te turbe, decía Santa Teresa. Por ahora solo me intranquiliza la visión de la locura. Noto mejoría en mi estado anímico y se debe a estas líneas que escribo. Mi familia es muy rara, como tantas otras. Nadie está libre de pecado. El que no padece gula envidia a los demás. Torcer la curva de la edad sin caerse es propio de gente inteligente. Y ya acabo. No sé de qué más escribir.
Dentro, confuso y torpe, voy de las palabras a la ausencia
y no noto más que un dolor intransigente, oscuro, triste.
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