Sollé mi corazón contra la piedra de tu desconcierto. Luego cogí un autobús que me dejó casi a la puerta de mi casa. Comí cacahuetes uno a uno y puse música. Carolina lo hacía muy bien y compraba medicinas que no se vendían en la farmacia. Al albur de la noche que venía tomé la decisión de no frecuentar más niños pijos que se mean en la cama. Todo era un ir y venir de latidos, trombones y azucenas. Hay que dar tiempo al tiempo para que la herida sane, hay que esperar como esperaron los días a que se hiciera la llamarada dulce de un dios bendecido y común. Las mañanas encierran a las aceras contra los muros, contra las paredes y los pasillos se llenan de ululantes simios que chocaron en la noche aciaga. Hay que olvidar, mirar al futuro y decir: sol, calienta y da luz al desconsolado.
Los ánimos se cansaron, las magnolias torcieron su flor
para decir al mundo que los reveses son momentáneos.
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