El olor a Madrid lo llevo entre las ropas, un olor antiguo, de cuando yo enseñaba. El mar es un olvido, una canción, un labio inerte. Pasan los días y ya no hay tensión en ellos. Criaturas grises se atisban bajo mi techo. Ya no es lo que era. Pero mejor si no veo la falsedad y el misterio absurdo de las mentes opacas. Los cuatro costados se bañan en el mar, aturdiendo la mañana. Hay una discreción ausente perdida entre las calles. Es fácil llamarse a engaño con estas gentes que no dicen nada, que son ocultistas como los masones antiguos. Prefiero no contemplar cómo el ocaso difunde dolor por su conducta. Yo ya no no sé qué pensar muchas veces, solo que dañan, que hostigan, que hacen cosas inverosímiles con el dios de la concordia.
Con rabia denigran su grandeza, envidiándole
para que sepa que hay dos clases sociales en marcha.
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