Cuando uno tiene tranquilidad de ánimo, le dan igual las cosas que le rodea; no ansía nada, nada le preocupa. Simplemente vive y parece que va como empujado por la vida.
Si tiene algún deseo lo pospone o va intentando hacerlo realidad pero sin prisas ni atropellamientos. Ya vendrá.
La verdad es que cuando se está tranquilo, casi se lo pasa uno sin desear nada, nada más que permanecer así, sosegado y sin prisas, sin brusquedades en su rutina, atento a ella para que ella dé la respuesta a la vida.
Comer, hacer lo de casa, pasear, recordar las vacaciones, ver a los de siempre: solamente eso nos sacia. Estamos a gusto con todo, incluso con nosotros mismos.
Pero esa temporada pasa, como todo lo humano y llegan problemas, ganas de hacer cosas que no se pueden cumplir quizás y otros elementos perturbadores a la puerta de tu casa y ese estado de inacción leve y mansa se vuelve rebelde y oscuro.
La suerte se aleja de quien demasiado aspira.
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