He abandonado el mar hace dos semanas y ya lo añoro otra vez. Esa fuente de riqueza, de salud y de solaz se hace mucho de querer por mí. Lo paso bien al lado del mar. Mi cabeza, como si la llenaran de aire, fluye más imaginativa, más libre en la costa, con esa masa azul fresca y olorosa a resaca cerca de mí.
Mi cuerpo parece más libre también cuando me dejo mecer por el acunamiento que supone estar en una playa, el masaje de la masa marina balanceándome, hamaqueándome, dentro de las aguas como un moisés encantado de haber nacido.
También noto aquí, tierra adentro, el deseo de volver a sentir ese rumor especial y esa brisa que me enfría las sienes cuando se está en un pueblo costero y se pasea dulcemente por la orilla del mar.
Pero hay que esperar otro año quizás, en mi mente la idea de comprarme un pisito al borde del mar, no tan al borde que vaya a saludar por la terraza y me caiga dentro, al reino de los pulpos y el boquerón. Todo se andará. Todos los ríos van al mar, pero el mar no se desborda.
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