Hace tiempo que oí de boca de un profesor que hay dos libros que nunca se dejan de editar y de leer: uno es la Biblia y otro es el Quijote. Pero no me cabe duda de que el teatro de Shakespeare, obras de Víctor Hugo como "Los miserables", obras como "Moby Dick" de Melville o muchas de Dickens o incluso de Hemingway no dejan de leerse.
¿Por qué? Mi respuesta es que los seres humanos buscan enseñanza tras el entretenimiento. No sólo eso, sino que buscan lo que los griegos llamaban catarsis: identificarse en la tragedia del personaje, vivir con él lo que le pasa y llorar si hace falta.
Todos salimos transformados un poco la ver una obra representada, nos quedamos con el poso de lo que nuestro espíritu ha visto porque no sólo han visto los ojos. Así pasa con la lectura de un libro.
Dicen que en EEUU, entre los adolescentes, triunfa, o triunfaba, una historia que se llama "El guardián entre el centeno". Holden Caudfield, el protagonista, nos lleva con él al escaparse de su instituto y sentimos tanta pena por él que nos parece todo más real que si fuera real. Wherter, de Goethe impuso una moda en Europa. Y Caperucita Roja nunca morirá.
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