Cuando miro a la juventud de ahora, más echo de menos la mía porque la veo más interesante aunque ya haya pasado.
De juventud hablo de los veinte a los treinta y yo era más activo, más divertido y más culto que toda esta gente que se arrastra por las calles y los bares pendiente de un móvil y diciendo estupideces.
Recuerdo los fines de semana en el pueblo cuando me daban las siete de la mañana, exhausto de bailar y reír a mandíbula batiente, los partidos de fútbol, los kilómetros en bicicleta, las horas de estudio y lecturas y sobre todo los amigos, los incontables amigos entre los que no mediaba un telefonito absurdo ni había tanta realidad virtual. La realidad estaba en la plaza donde nos escojonábamos de todo.
Yo fui muy crítico con la realidad que me rodeaba. Todos mis escritos de aquella época empezaban y terminaban mal porque no me gustaba cómo era la sociedad. Era una manera de ver el mundo cuando estaba conmigo mismo. Con la gente, disfrutaba de él. Ahora quizá mucho se basa en culminar caprichitos absurdos y no en disfrutar de las personas. Juventud divino tesoro, que te vas para no volver, cuando quiero llorar no lloro y a veces lloro sin querer.
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