El calor furioso de agosto ha dado paso a un fresquito que dura toda la mañana y se prolonga por la tarde. Hace unos días yo vine de vacaciones, de ver otras ciudades, de bañarme en el mar. Pero el deseo que más perdura en mi mente es esa lengua civilizadora de asfalto que comunica Madrid con La Mancha y luego con Andalucía. Me lo pasé muy bien en el camino, en la carretera haciendo kilómetros.
No dudaría en hacer esos kilómetros otra vez aunque fuera simplemente para volverme. Pero no sé conducir.
El relax que me produjo la playa, la sensación de plenitud y bienestar al pasear por Cádiz, con esa brisa que también bañaba mis ropas y mi cuerpo y esa luz tan poderosa que tiene esa ciudad no se iguala con la sensación de ver campos y campos, pueblos, ciudades a lo largo de la carretera.
Parar aquí y allá sabiendo que aún queda más por ver es muy bonito. Una buena huida vale más que una mala espera.
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