Son las cuatro de la tarde de primeros del mes de agosto. Un señor anciano se ha puesto a ver la tele con el volumen a todo trapo porque está sordo. Ha habido visita. Ha venido la familia a verlos: hijos, nueras, hijas, yernos, nietos. La mesa la está recogiendo la mujer del anciano, que está cabreada y cansada.
En la tele, hay una tertulia insidiosa que no para de hablar de los asuntos políticos del momento. Hay contertulios que alzan la voz, suena atronadora la voz tristemente familiar y asquerosa de los contertulios. La anciana esposa no puede más. "Ya verás cuando recoja", piensa malignamente.
El anciano se queda dormido en el sofá, aun cuando el televisor atruena de voces coléricas y sañudas.
Una vez que la anciana madre y esposa recoge todos los cubiertos y migas del suelo de debajo de la mesa, va por la olla a presión que está en un armarito de la cocina, se acerca al anciano, que ronca como un camión que arranca. La anciana, con todas su fuerzas, asesta tal golpe en la cabeza del anciano que le mata al instante. Después, la anciana pega otro golpe a la televisión con una rabia de años. Salen chispas del engendro, por fin se calla con la olla empotrada. La anciana se sienta en una silla de la cocina. La detuvieron a los dos días.
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