Se oye la radio en casa. Hay un hombre solo en ella. Pasea llevando un envase, un cenicero con colillas, su propio aburrimiento pasea. Las noticias dicen que va a haber siete millones de desplazamientos en este puente. El hombre se tumba en la cama tratando de amoldarse a la soledad pero no encuentra el suficiente hueco en ella para estar a gusto, no la encuentra atractiva esta vez mientras mira al techo, mira los armarios, mira la ventana y sigue oyendo la radio que dice cosas lejanas, abstrusas, de gentes ajenas.
Se levanta a mear, se asoma a la ventana. No ve a nadie. Hace mucho calor. El hombre tiene una enfermedad y no debe ponerse nervioso. Se repite para sí: "esperaré a las ocho e iré a comerme una hamburguesa. Así se me pasará el rato". El hombre piensa, otra vez tumbado en la cama, rodeado de las tinieblas de la habitación, en cosas que estudió en la universidad. Pasa revista a los profesores, a los compañeros. Luego piensa en su enfermedad, como empezó la misma. Luego piensa que él podría pasárselo mejor pero aparta este pensamiento para concentrarse en ese profesor de perilla que dijo un día que había estado en Pekín. Luego piensa que las cosas deben ser así. Luego piensa otra vez que no. Mira al reloj: falta media hora para la hamburguesa. Ya está chupado.
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