La playa. En cuanto llegan, compran una sombrilla en una abigarrada tienda. La montan enseguida, colocan las toallas. Ismael se quita el reloj con prisas y lo mete en una bolsa. Van derechos al agua como si fueran al bautismo, un bautismo laico y festivo. Se meten entre las olas y empiezan a jugar como chiquillos. Ismael nada, bucea, salta, toca la arena del fondo, no se cree tanta dicha por unos instantes.
-Es bonita esta playa. Está muy limpia. Ismael fuma un cigarrillo y aspira hondo. La sombra de la sombrilla le dibuja un traje tenue en el cuerpo, las gotas de agua de mar le resbalan por su piel morena.
- Hemos comido bien, ¿no?
- Sí. Ahora, todas las tardes, un bañito. Mañana vamos a ver Cádiz que tengo ganas. Conduce Paco.
Paco apenas ha hablado, es menos exultante que la pareja, que ha exclamado toda la dicha de estar allí. Paco dice "vale" y deja la mirada puesta en el horizonte, donde dice que encuentra serenidad.
Los tres se recogen más tarde en un silencio observador. La playa. Todos los años el mismo deseo. El tiempo pasa para los tres.
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