Lo más duro que hay en la vida es luchar contra la propia voluntad o las inclinaciones que uno tenga. Sabemos de sobra que lo estamos haciendo mal, que esa forma de ser o esos vicios o ese rasgo de nuestra personalidad no nos lleva más que al error y aun así persistimos en nuestras debilidades.
Lo peor es no darse cuenta de que erramos y peor aún es sufrir porque no sabemos dar la vuelta a tal conflicto: o dejo de ser así o lo pierdo todo.
La gente que nos rodea nos conoce y transige con ese modo de ser nuestro pero no es el adecuado porque un día tenemos que mostrar la cara fea y dar explicaciones que no nos gusta dar.
No podemos hacer lo que queramos ni ser como queramos, es la triste realidad. Las condiciones sociales nos atan a unos comportamientos aceptados como norma y se han de cumplir.
Dice un proverbio árabe: la guerra santa más meritoria es la que se hace contra las propias pasiones.
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