Se levantó con desgana. Fue en calzoncillos a la cocina y fregó una pila de cacharros y luego desayunó. Estaba muy triste y acababa de empezar el día. Se sentó a fumar sentado en el retrete y repasó la vida que había llevado ese verano. Su autoestima cayó comprobando que no había hecho nada de valor desde que empezó la estación del calor.
Su pensamiento y su sentimiento iban de la derrota vital al agotamiento moral. No dejaba de estar triste y sumido en cavilaciones deprimentes. El verano no entonó su canción esta vez. El verano estaba pasando como una serpiente desnuda y arisca sobre su piel. El verano era un desierto, arena, roca inhóspita.
No recordaba risas, conversaciones amenas, amigas en todo el mes de julio. Ahora, agosto se desenvolvía solitario y hosco. Se sentía como un viejo.
Era asqueroso constatar que se estaba aburriendo, que la vida le daba tan poco que casi no merecía levantarse por las mañanas.
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