Pasado el 15 de agosto dicen que empieza a refrescar pero este año no. Nunca el calor y las vacaciones tuvieron las calles tan desérticas como este año. Los pueblos y las playas estarán llenas pero Madrid y aledaños parecen eriales de sol, bares vacíos, carreteras sin
coches, la soledad más absoluta se abate sobre estas ciudades pudientes en que todo el mundo tiene unos duros que gastar viajando. Los que quedamos, pues, somos una especie de pringados de las circunstancias que nos hemos quedado a contemplar el soporífero desamparo de la ciudad.
Yo me voy mañana a Cádiz a ver qué tal. Otros ya han agotado sus vacaciones, en agosto no trabaja casi nadie. Sea porque sus padres son mayores, sea porque no se tiene dinero, sea la circunstancia que sea, el que baja al bar a matar el rato sólo tiene por compañero al camarero y al periódico infame que cuenta la corrupción asquerosa de políticos jetas y guerras en El Cairo. En casa se aburre uno solo como una ostra del mar; fuera, en la calle, siente la angustia de la soledad y este terrorífico calor que no para, que no para.
Parecer desdichado es ya mendigar.
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