domingo, 1 de noviembre de 2020

 

Cuando mencionamos la palabra soledad, enseguida ella sola se carga de connotaciones negativas. La asociamos en nuestra imaginación con una ancianita a la que se le ha muerto el marido quizás hace tiempo y nadie va a verla o con ese señor que todos vemos por las calles solo y abatido o con gesto serio siempre por la misma zona del barrio.

La soledad es eso, sí, pero también una forma de poder crear algo propio fruto de nuestra inspiración. Para escribir o para pintar o crear algo artístico necesitamos estar solos con nosotros mismos, alejados del mundo ordinario, para que surjan las ideas.

Hay una soledad querida y la podríamos llamar la soledad del artista, pero también la soledad del pensador. Para pensar también necesitamos estar solos. O quizás también cuando nos embarga una emoción honda.

Pero la soledad que promueve activamente esta sociedad en la que vivimos, llena de bombas, de delincuencia, de falta de valores, de falta de respeto por la vida está motivada en la desconfianza hacia el semejante. El racismo hace que se vea a gentes de otra religión, de otro país, de otro origen como enemigos. Colateralmente, el sistema consumista del que no disfrutamos, sino que nos imponen, hace que haya élites que sí pueden consumir de todo, creando en ellas un egoísmo típico de la época en que vivimos mientras los demás nos debemos conformar con mirar envidiosos esos rutilantes objetos, trajes, adornos, coches, ese modo de vida o terminar odiando a esa gente que sí puede y nosotros no podemos. O, más sabiamente, obviarlo porque tenemos una vida propia rica, no basada en objetos y yates y zapatos de 500 euros.

Pero si las clases sociales basadas en los ingresos crea soledad es por otra forma de racismo y es el racismo al pobre, al que no lleva esa determinada marca de zapatillas que le hace ser de los tuyos.

La brecha social cada vez es más grande. El racismo se incrementa. La desconfianza entre sexos opuestos también es fuerte porque, ¿no será este hombre un agresor?

Todo cala entre la gente sencilla y aun no tan sencilla y estas guerras de género han traído la secuela de que las mujeres no quieran entender a los hombres y viceversa. Dicen los entendidos: después de echar el polvo, lo mejor es decirle que se vaya de tu casa. No quiere nadie compromisos. Y las mujeres piensan: ¿y si este hombre con el que estoy no es uno de esos que maltratan? Entre tantos casos que salen a relucir de violencia entre parejas ya nadie se fía. La guerra de los sexos ya está servida y es causa de muchísimos divorcios y, por lo tanto, de soledad: el hombre que se ve por la calle cabizbajo, serio y solitario quizá es un hombre divorciado. Quizá no todos los malentendidos que se dan entre hombre y mujer se deban a la guerra de los sexos, pero se puede llamar así al hecho de que haya tantos fracasos matrimoniales. Después, el divorciado o divorciada engrosan el saco enorme, cada vez más enorme, de la soledad que hay en nuestros días.

Si hay algo que remedie la soledad es un amigo. Pero, ¿quiere la gente hacerse amigo de alguien? Las personas que vemos todos los días tienen tantos problemas que impiden el hecho de que dos personas deseen compartir algo de sus vidas. La gente dice eso de mejor solo que mal acompañado porque sabe que los demás (los posibles amigos) están llenos de problemas que nos complicarían la vida.

La gente se conforma con un entorno social breve y precario: su familia y unos pocos amigos, los de siempre, los que no nos van a hacer cambiar de modo de sentir o de hacer las cosas, los que nos aburren cada tarde en torno a un café.

¿Cómo se puede hacer un amigo hoy en día? Yo creo que es bastante difícil, pero de manera indirecta, apuntándose uno a un curso o a una asociación en internet puede conseguir hacer algún amigo. Nadie se ofrece de forma directa a ser amigo de nadie porque no se sabe qué se va a encontrar uno: hay tantos problemas y esos, inflados a bombo y platillo en los telediarios como son: drogas, delincuencia, paro, pobreza, violencia, problemas psicológicos, etc. que no se atreve uno a decir sí a nadie, no sea que ese “sí” inocente, de amigo, salga caro en una relación futura. Y es que ya nadie conoce a nadie ni tiene ganas de conocerlo por miedo a que surjan esas lacras que acabo de citar.

Así que el futuro de la gente es la soledad por miedo a encontrar, buscando acabar con esa soledad, un problema que pueda ser peor que la soledad de que disfrutábamos. Y digo disfrutábamos con todas las de la ley pues es peor soportar los problemas de alguien que se presenta como amigo y lo que persigue es nuestro dinero o que le saquemos de algún follón que ni nos va ni nos viene. Viva la soledad y mueran los amigos, parece decir la gente pues la dificultad de hallar a estos y lo mal que pueden revelarse después hacen que abracemos una soledad segura y no vayamos en búsqueda de una amistad harto incierta.

La gente se acomoda con sus conocidos de siempre y le basta. Incluso los más jóvenes, que se han vuelto muy conservadores en este sentido. Los jóvenes ya no aman la aventura sino poseer el reloj del futbolista de moda o ir a los sitios de la gente in, de la gente que mola y si no pueden pues a leer en las revistas qué luce la gente in o de moda y comprarse una imitación para parecer ellos mismos la gente in. El egoísmo y el aparentar no favorece la amistad, aquello que disuelve la soledad, pues la amistad se crea en un ambiente de sinceridad y buena fe, no de fantasmas que luego no son lo que parecen.

Decía Cervantes que en la verdadera amistad no puede aparecer ni sombra de duda y lo que hacen los modernos medios de comunicación (internet y las redes sociales) es que aparezca la sombra de la duda al primer momento porque lo virtual es lo que tiene, que no es verdad, no es un instante real donde contrastan los ojos la verdad sino un pandemónium de ocultamientos y de dudas sobre la identidad de la persona y de los hechos que acompañan a esa persona.

Las redes sociales son un enredo enorme sobre la realidad de una persona y dado que ya ha habido muchos casos falsos, la gente no quiere llevarse un disgusto por esos modelos falsos y no se fía.

No es de extrañar que en este mundo se persiga lo falso porque salga más barato o porque realmente es lo que gusta: se busca dar el pego. Dar el pego conduce a la soledad porque la soledad es donde anidan las creencias falsas sobre los demás y además la realidad da la razón de esa falsedad, así que la cosa está más que clara.

Ante lo mentiroso y lo falso, el solitario permanece o quiere quedarse solitario.

Es muy común en nuestra época el aparentar por aquello que dije antes de que los jóvenes no buscan crear una nueva idea del mundo sino someterse a los modelos que existen ya. Todo el mundo quiere vivir la vida de Cristiano Ronaldo, por ejemplo. Y no se crea una realidad que sustituya a ésta ya montada. Los jóvenes no son originales. Imitan lo que ya está. O se meten cantantes aburridos que cantan unos versos llenos de falsedad ñoña que no se ajusta a la mierda de realidad que vivimos todos.

Y eso crea soledad. Soledad del que no es auténtico y no se ofrece tal como es a los demás. Los jóvenes se cargan de marcas e imitaciones. Son la imitación misma. Y cuando cae la máscara, los que observan se llevan un chasco. Para romper con la soledad debemos ofrecernos a los demás sin adornos ni mixturas, tal como somos. Hacer esto, ofrecernos realmente como somos, favorece la amistad, aquello que rompe la soledad.

Y después de montar esta argumentación, debo decir que la gente en general desea la amistad, no le gusta la soledad, pero los vicios del sistema hacen que todo esté mezclado y oscuro. Casi todos los libros de humanidades empiezan con una frase: “el hombre es un ser social”. Nace en una familia, va al colegio donde encuentra semejantes, vive en una comunidad, donde encuentra amigos y relaciones. Ahora parece que todo eso se ha torcido un poco, no se vive la socialización como antes. Los vecinos son unos desconocidos desde que se llega al vecindario hasta que te vas o hasta que te mueres. La gente no quiere relación con nadie no sea que esa persona complique la vida de modo innecesario. Todo el mundo tiene sus propios problemas y no los quiere ver incrementados con los problemas del vecino. La idea de comunidad o de vecindad se ha perdido. Vagamos como entes individuales por la ciudad.

Ya que esta sociedad ha creado tantos problemas y más que crea con el paso del tiempo, el simple acto de comunicarse dos personas se vuelve un enredo tremendo pues quizás una de las personas que intenta comunicarse no esté al tanto de los problemas que acarrea, por ejemplo, tener un hijo, ser gay, ser hipotenso o diabético y tantas cosas que han surgido que hacen a la persona un ser único y problemático. Y estos problemas que lleva cada cual como bandera favorece la soledad y estar pensando en ellos como únicos. Puede pasar que otra persona, inocentemente, desconozca la problemática de tales problemas y va el otro y se ofende. Somos un arca cada uno de nosotros con un zoo rarísimo y exclusivo de muy difícil comprensión que generalmente no comunicamos, sino que lo arrastramos en soledad y como heridos de orgullo porque los demás no lo comprenden.

Yo soy enfermo mental, pero intento que mi enfermedad no sea obstáculo para la comunicación con los demás y generalmente no lo es. No mucha gente sabe en qué consiste una enfermedad mental, pero se puede explicar.

Lo que pasa en nuestra sociedad es que todos somos únicos. Todos tenemos unas características genuinas que nos definen y esas características parecen excluir a los demás si no son compartidas. Por ejemplo, uno es del Real Madrid. Otro es muy entendido en vino. A otro le encantan las tapas de los bares. A otro le encanta el gimnasio. A cada especialización que ocurre en el individuo de nuestros días, ocurre una marginación por no ser del grupo de esto o de lo otro. Esta especialización del individuo en sus gustos, enfermedades o formas de pensar hace que la sociedad esté atomizada y se fomente el individuo solitario y único, muy especial, que no quiere cuentas con nadie porque nadie consigue ser como él y nadie llegará a comprender su idiosincrasia.

Existen grupos de gente: la del gimnasio, la del ciclismo, la de la fotografía, la de la pintura… Estos grupos se asocian casi a la manera de una secta de muy poca permeabilidad. Es terrible si te haces amigo de uno de los del gimnasio y te comes un torrezno en su presencia. Te aborrecerá porque has comido grasa. Eso que él trata de evitar a toda costa. O no haces ejercicio. Seguramente, esa amistad va a durar muy poco.

En Facebook, se agregan amigos como si fueran mercancías en un supermercado mientras que, en la vida real, hacer un amigo es un arte o una pasión como lo es enamorarse.

Antes de que existieran las redes sociales, la gente se exponía en la calle a que los demás les abordasen de manera amigable. Ahora todo debe pasar por el filtro de internet para que tenga validez. Incluso la amistad más sincera.

Estos inventos virtuales han creado una red de gente que se conoce pero que no se conoce del todo ya que todo es, como dice el nombre que se le pone a menudo, una realidad virtual.

Los que viven en un mismo barrio no pasan del saludo amable u obligado así que pasen años y años de verse. ¿Por qué sucede esto? Ya lo he dicho: todos somos especiales, tenemos nuestros problemas que nos hacen únicos e impermeables, tenemos miedo al otro, que puede ser un terrorista o una persona con diabetes, no queremos más problemas ajenos, amamos a los nuestros, preferimos una comunicación por vía telemática que por vía directa.

Si alguien va en el ascensor, preferimos bajar o subir las escaleras antes que compartir esos minutos con el vecino, tal es la aberración que sentimos hacia el otro. Nos han grabado a sangre y a fuego que el otro es peligroso o dañino. Lo que pasa es que virtualmente, telemáticamente, el otro no hace daño. Es una realidad que podemos manejar con un teclado.

El otro día me cambiaron la hamburguesa que se debía comer otro y yo se lo hice notar a ese otro que se sentó a mi lado. Pretendía yo entablar una conversación, pero no hubo manera. La barrera de la privacidad es muy grande y no se rompe así como así. Mi mundo es mi mundo y tú no puedes entrar en él, parece decir la gente. La gente es aséptica con respecto a los demás, no quiere mezclarse ni para comentar el tiempo.

Es muy fácil caer en la soledad en este mundo de hoy y es muy difícil hacer nuevos conocimientos humanos o amigos. Solo con que se te mueran los familiares, ya no hay vuelta atrás en el camino hacia la soledad. Porque nadie va a venir al rescate, nadie comprende tu vida. Con la suya ya tienen bastante. Las relaciones no se hacen ya en la calle sino enfrente de un ordenador. Todo el mundo mira su móvil constantemente. Parece que hay una comunicación redundante en el wasap y esa comunicación nos oculta la verdadera comunicación con la gente de la calle que está pidiendo a gritos un poco de caso.

El wasap y las redes sociales nos atrapan en una comunicación redundante y absurda mientras la verdadera comunicación no se lleva a cabo. Nos han dado un juguete para que creamos que estamos comunicados y no lo estamos.

Lo conveniente sería que los horarios se pusieran de acuerdo para que la gente estuviera más en contacto, no como ahora que estamos la mayor parte del tiempo colgados del móvil contactados virtualmente pero no cara a cara. Inventar un nuevo modelo de móvil o una nueva aplicación es relativamente fácil. Hacer coincidir a dos personas en el tiempo y el espacio es algo muchísimo más difícil.

Los horarios actuales son penosos. Favorecen la soledad y el aislamiento incluso entre casados y sus hijos. Dicen que, en verano, cuando la gente está en verdadero contacto todos los días, aparecen los divorcios. Eso quiere decir que se fomenta el aislamiento y el ir cada uno a su bola, como se suele decir.

Dicho todo esto sobre las condiciones que aparecen en la sociedad que vivimos que hacen que exista la soledad o el aislamiento, diré que nadie está solo en la vida a no ser en casos extremos: presos, indigentes, ancianos olvidados o solos, refugiados, esclavos modernos como prostitutas o explotados por mafias, inmigrantes, drogodependientes, etc. Pero incluso en esas categorías, siempre habrá alguien sufriendo tu mismo castigo y te acompañará aunque sea a tu infierno.

Todo el mundo huye de la soledad como puede y el mayor problema para huir de ella es que seas tímido y te asusten los demás. El solitario conforma una idea sobre los demás que es errónea e incluso tiene una idea sobre sí mismo que también es errónea pues se minusvalora enormemente y no encuentra en sí mismo valores que podría compartir con los demás. El solitario es como si padeciera una enfermedad psicológica que creara una barrera entre él y los demás, de modo que es muy difícil para él romper esa barrera que él mismo forma por los esquemas que se forma sobre él mismo y sobre los demás.

Sacar a una persona de su soledad debe ser un trabajo arduo pues supone: romper una barrera psicológica, romper unos hábitos ya impresos en su vida, romper una forma de ser ya establecida en su vida y en la comunicación con los demás.

Llegar a ser un solitario también debe ser una caída en picado que supone no solo quedarse solo sino pensar de una determinada manera de los demás y de sí mismo. Además, he leído que el solitario “contagia” la soledad a los demás por esa manera suya de ver las cosas. Pueden darse dos solitarios juntos, aunque parezca una contradicción, por la misma manera negativa que tienen de ver las cosas dos personas que no admiten a nadie en su compañía.

O sea, que podemos decir que la soledad es un estado psicológico de negación de uno mismo y de los demás, si no, no se explicaría que el solitario no salga de su soledad física si no es por su soledad psicológica.

 

A veces una persona tiene algunos amigos, pero esos amigos no son los adecuados. Ahora se habla de “amistades tóxicas”. Son amigos muy poco empáticos, que no cuentan su realidad al otro y pretenden que el otro le cuente toda su realidad para pasar el rato simplemente, no para ayudar o empatizar con sus problemas. El egoísmo rompe muchas amistades pues uno pretende que el amigo sea eso, amigo, y no un cotilla de tus cosas.

Pongo este ejemplo:

Yo iba a una asociación de enfermos mentales donde me encontré a gusto al principio, pero no con todos sus miembros. Estaban los miembros fundadores de esa asociación (tres o cuatro) que dominaban un poco lo que se hacía y no se hacía en ella. A los demás, nos llamaban “usuarios”, no compañeros ni tan siquiera amigos. Y el jefecillo de esta asociación pretendía que sí éramos amigos. Una vez, yo llamé, a título personal, a un usuario de estos y quedamos a tomar algo: se bebió la coca cola de dos tragos y dijo que se tenía que ir. Había quedado exclusivamente por la coca cola. ¿Cómo iban a ser estos mis amigos? Yo sabía que los miembros fundadores sí tenían relación fuera de las reuniones y actividades de la asociación porque me parece que se conocían de antes, de ser compañeros alumnos del instituto y sí iban tejiendo una red de comentarios, opiniones, mangoneos con respecto a la asociación. Esta asociación recibe ayudas públicas. Yo, ni nadie de la asociación ha recibido un duro de esas subvenciones ni para pagar un billete de tren que nos llevara a Alcalá de Henares en una actividad que se realizó, pero sí sé que el jefecillo cobra 600 euros al mes y los fundadores se benefician de algún modo de ella.

Le llamo jefecillo a este hombre porque casi no acude a las reuniones, no se ha gastado ni un duro en 10 años en los usuarios y yo creo que usa la asociación en beneficio propio, sin pensar en los usuarios. Ese jefecillo tiene una idea muy pobre de la amistad y la ha transmitido a la asociación que preside.

Yo, al principio, me lo pasaba bien en esta asociación en la que no hay que pagar nada salvo lo que te tomes. Pero vi sus entresijos y no me gustaron. Allí no había amistad alguna. Encima, un fundador no hacía más que burlarse de los demás e imponer su criterio en las conversaciones, cosa que me asqueaba. El jefecillo es correcto en el trato cuando quiere, pero a veces incurre en una falta de respeto grande hacia los demás. Solo le interesa su persona y lo que cobra su persona.

Yo contaba mi experiencia de enfermo mental y los demás enfermos mentales comentaban la suya. Nos beneficiábamos de consolarnos unos a otros. Un día, ese fundador indecente del que hablo, le prohibió a mi hermano gemelo hablar de las pastillas que tomaba. Dijo que a la asociación no se iba a eso.

La asociación ha caído en una decadencia grande porque siempre somos los mismos. Las actividades que se realizaban eran tomar chocolate con churros en invierno y una cerveza sin alcohol los veranos. La asociación era una mierda por la dejadez de ese jefecillo que cobraba y no hacía nada. Yo decidí no hacer el caldo gordo a ese jefecillo y no volver a la asociación. Allí no había amistad verdadera. ¿Cómo se puede estar solo entre un montón de gente? Ahí lo tenías en esa asociación. A nadie le importaba yo, cada uno se regía por sus intereses y todo el mundo empezó a hablar de sí mismo en exclusiva, sin importarle los demás. Las actividades eran las mismas siempre y muy aburridas. El jefecillo seguía cobrando. Yo salía cabreado ya de muchas reuniones baldías y de actividades penosas. Así que no volví más.

Me quedé un poco más solo pero más a gusto porque ya no tenía conversaciones con mi hermano gemelo, enfermo mental como yo, acusando a los fundadores, verdaderos amigos entre ellos, que no de los demás, de manejar la asociación a su antojo y de tener una amistad paralela a la que teníamos los usuarios, que en realidad no era tal amistad. Yo no me he considerado nunca amigo de esos enfermos mentales que, como borregos, acudíamos a un bar a tomar algo y que cada vez nos entendíamos menos.

Se hizo un uso político de la asociación cuando el jefecillo nos mandó un wasap para ir a una manifestación de pensionistas y no me gustó. No me gustaron muchas cosas que surgían en la asociación y su tendencia a que cada uno fuera por su lado, hiciera la actividad y saliera casi corriendo. No eran amigos.

Pasar el rato con gente con tendencias diferentes a la tuya (todos habían sido roqueros en su juventud, eran de tendencias de izquierdas, no habían trabajado en su vida como yo y mi hermano gemelo) y ver que cada vez eres más raro allí y no pegas ni con cola te hace pensar que la mucha gente o poca (como éramos en los últimos tiempos de la asociación) no te conviene. Es preferible tener dos, tres amigos buenos que lo sean que no seis o siete que pasan olímpicamente de ti. Y encima, que no hacen más que hablar a tus espaldas y cotillear todo lo que podían, que es lo que hacían los fundadores.

Yo deseo que esa asociación, por el bien de los enfermos mentales que puedan acudir a ella, se disgregue porque, al final, a mí me ha hecho más mal que bien. Y es lo malo de estar con mucha gente y sentirte más solo que la una y, además, esta asociación no creaba más que discusiones en casa entre mi hermano gemelo y yo porque esta asociación se basaba en el egoísmo del jefecillo, que quería trepar y estar en todos los lados diciendo que era el jefe de una asociación y la realidad es que pasaba como de la mierda de las actividades y de las reuniones.

Esta asociación estuvo bien un tiempo, pero ya se veía que los que se entendían bien eran los fundadores y los demás no hacíamos más que hacer bulto para ellos, para que la cosa siguiera.

Las asociaciones rompen la soledad. Bueno. En un principio, a mí me ayudó la asociación a hablar con gente con mi problema y a pasar cuatro ratos. Luego vas viendo que allí, en las asociaciones, hay unos intereses que nunca salen a la luz, que te ningunean, que te usan, que a veces tienes que aguantar a gente indeseable, que las actividades son una mierda, que hay gente que se te enfrenta por tus convencimientos políticos o de otra índole. Las asociaciones tienen que fundarse en un único objetivo: para el que se fundaron. Esta era para el ocio y tiempo libre de los enfermos mentales. Pero había ya tanto aburrimiento y abandono en esa asociación que la mandé a paseo. Ya estaba harto de ir a bares que era todo lo que ofrecía.

Pero he vuelto a ir porque no tengo nada mejor. Es mejor estar en compañía de gente que no te tiene en cuenta que estar solo en tu habitación pensando en gente que no te tiene en cuenta.

Mi experiencia personal es que me he ido quedando sin amigos. Llevo una vida social pobre. Solo conozco a dos mujeres mayores que yo con las que tomo un café a las 6 de la tarde. Y la asociación de la que he hablado. Quizás he cargado mucho las tintas en la crítica de esa asociación, pero es que lo escribí cuando estaba harto de ella.

La vida sigue este curso: naces y estás en familia. Vas al colegio y te socializas. Dejas los amigos del colegio para entrar en el instituto. Si te pones a trabajar, te relacionas con otra gente. En el instituto, te relacionas con gente que ya no juega al gua, sino que tiene un espíritu crítico: yo estuve con unos llamados pijos que nos echaron a mi hermano gemelo y a mí del equipo del fútbol. No nos apreciaban lo más mínimo. Luego, vas a la universidad. Allí, ya eres más o menos adulto, pero las relaciones que yo tuve con compañeros universitarios fueron también muy superficiales. Te pones a trabajar. Las relaciones que estableces son más esporádicas, casuales. Pueden ser duraderas si hay cosas en común o afinidad. Si te casas ya dedicas muchísimo tiempo a la familia. Puedes perder muchos amigos. Al final de la vida pierdes a los padres, a familiares, te vas quedando solo, muy solo. Acude la soledad. No hay amigos que no hayas hecho antes. Debes aprender a ser autosuficiente y autónomo. Es lo que nos pide la sociedad: que seamos como barcas que van a la deriva hasta ya no arribar al lado de otra barca.

En Reino Unido han creado el Ministerio de la Soledad por ser un problema que atañe a muchos y es muy grave. Yo tengo la fortuna de tener un hermano gemelo con el que compartir la vida, pero otros ya vagan por las calles casi como apestados. Apestados por una soledad que se pega a la piel y ya te impide cualquier contacto con un ser humano como tú.

Hay gente que no sabe, cuando pasan los años, hacer amigos nuevos y se va quedando sola. Quizás le falte atractivo para los demás, no tenga aficiones y sea poco atrevido. A lo mejor su conversación es aburrida porque no le ha pasado nada especial en la vida que pueda contar. Como hoy en día hay que vivir experiencias especiales, casi incluyendo que te den por culo no siendo homosexual, práctica que yo veo literalmente sucia, como cuentes un listado de trabajos que has tenido como se hacía antes con la mili, vas de culo y te quedas solo porque dicen todos: “Qué pesado, se repite mucho”. A lo mejor, para echarse un amigo ahora, primero hay que esquiar en los Alpes, ir a Tailandia y hacer surf y parapente. Para que luego tengas algo que contar a la gente. O sea: como no seas in, pasas inmediatamente a ser out. Y te quedas solo.

Esas son las exigencias que hay ahora para poder ser amigo de alguien: que vayas a la moda, que tengas muchas experiencias que contar y que seas brillante en la vida. Si no, nadie se acercará a ti. Es un estándar de vida muy costoso que te hace perder el último céntimo de tus ahorros, pero si no, no tienes ni un amigo. Así lo vende la publicidad salvaje de hoy en día. Hay que ir al Corte Inglés cada semana, hay que viajar a muchos sitios y comer cosas extrañas en restaurantes extraños. Si haces eso, da igual que seas gilipollas: tendrás amigos.

Entonces, la marginalidad es una causa de la soledad. La sociedad margina a aquel que no está subido al tiovivo de lo que se lleva y solo cuenta lo mal que se siente. En esta sociedad de hoy en día no hay sitio para la queja. Todo es disfrutar, experimentar, ver, oír, sentir cosas nuevas cada día. Si no haces esto, si no vas un fin de semana tras otro a ver paisajes idílicos y atardeceres para fotografiarlos, no eres nadie. Ha muerto ya eso de tomar un café con un amigo. Ahora los amigos se reúnen en una casa rural del norte de Francia el fin de semana para poder contarlo luego y cuando se ha pasado el efecto de esa gira de fin de semana, planear otro viajecito placentero. La vida de hoy en día es placer. No se aguantan lloros. Al que llora se le manda a una residencia o se le obvia como si fuera un ser extraño.

 

 

 

 

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