La vida es ese animalillo que se pega a uno, unas veces dócil; otras, divertido y las más veces esquivo y feo. Ya estés a la orilla del río, comprando en el súper o meando, el animalillo sigue ahí. Y no puedes darle esquinazo de ninguna manera y si no es grata su presencia, te hartas, pero lo aguantas porque es intrínseco a tu ser. Mi animalillo es más bien triste, me hace rumiar siempre las mismas cosas, me acompaña, pero no fielmente, no agradablemente. El animalillo para mí siempre es susceptible de una queja, un malhumor, una insatisfacción grande. No me gusta mi animalillo de la vida. Dice M. Aurelio: pronto olvidarás todo, pronto te olvidarán a ti. Se refiere a la muerte, claro, otro animalillo que solo se pone al lado nuestra una vez y tiene el aspecto de una esfinge. También hay que tratar con este animalillo alguna vez en la vida. El mundo rueda con nosotros en él y tan pronto cambiamos el animalillo pegajoso y fiel por aquel que nos dará un ladrido o un viscoso lametazo para que dejemos de vivir. Pero no quiero ponerme fúnebre. Es que quiero escribir un poco y no sabía muy bien de qué. Me aburre internet, me aburre mi vida y me aburro a mí mismo. Si no tuviera enfermedad mental, me cogería un autobús y me iría esta noche misma al borde del mar, a una playa lejana o cercana y me daría un inmenso paseo al run run de las olas, plas, plas, plas; así hasta que me entraran ganas de comer una sardinas asadas y acostarme con el run run de las olas a lo lejos: plas, plas, plas y así creo que me olvidaría por un día de ese animalillo que tengo al lado.
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