Miró a su hermana, le dijo hola y esta dejó de comer arena y se elevó del suelo donde estaba arrodillada y vagabundeó, volando por la habitación. No era sorprendente este fenómeno en los trópicos. Es más, desde que llegaron los colorados, todo el poblado asistía a fenómenos raros todos los días. A Rafael Sindiós se le cayeron de repente todos los dedos de las manos mientras clavaba un clavo para colgar un crucifijo. A Elena Porco, las monedas que guardaba en un baúl desde que se casó, se le echaron a rodar de una en una hasta la casa de su hermana, que estaba enfrente y no hubo manera de pararlas hasta que se dieron de golpe con la puerta de Jacinta Porco, la hermana. Allí se deshicieron en un polvillo metálico parecido al bicarbonato y se esfumaron en el ambiente como si no hubieran existido nunca. A Manuel, el niño de Resurrección la manca, se le hinchó la nariz de un modo exuberante y mortal a la vez pues entraba tanto aire cuando inhalaba, que se le rompieron los pulmones y quedó tendido allí, hinchadas las narices como una papaya y muerto por el estertor de sus pulmones. Y así, empezaron a pasar todo tipo de cosas y un escritor las empezó a llamar realismo mágico. Las empezó a contar en páginas y páginas delirantes y vendió muchos libros en el Caribe y fuera del Caribe.
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