Recuerdo el examen escrito que realicé el año que aprobé mi oposición a profesor de enseñanza secundaria: a los opositores se nos hizo de noche escribiendo en una sala de instituto de no sé que barrio o ciudad de la Comunidad de Madrid. Después recuerdo opositores con un maletón inmenso en el que llevaban no sé qué recursos para la exposición de un tema en clase. Yo me limité a explicar mi experiencia en el comentario de un libro de Galdós en clase. Me preguntó antes el miembro del jurado cuál era mi enfermedad. Se lo dije: trastorno bipolar. También recuerdo que iba yo por el patio del instituto aquel y el miembro del jurado me dijo: has aprobado. En aquellos tiempos, yo luchaba por todo y en todo: luchaba con los alumnos en el aula, luchaba yendo en cercanías y autobuses a las 6 de la mañana ya las 3 de la tarde, luchaba con los apuntes de oposición. Un buen amigo me dio un consejo: solo estudiar 40 temas y, de esos temas, solo estudiar 7 folios, que es lo que da tiempo a escribir en dos horas. Así lo hice y triunfé. Esta mañana me he levantado tarde, he desayunado, he ido por pan y diario recorriendo la calle de mi barrio. Hoy no lucho por nada. Lucho casi contra mí y mi deseo de que algo cambie, pero no cambia nada. La vida, cuando se estanca, se vuelve venenosa. Yo he tenido una actividad que me salvó. Hoy la inactividad me pone mal. Pero en todas las ocasiones hay que vivir y no tirar la toalla. En eso estoy.
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