Camilo José Cela, en su libro "Viaje a la Alcarria", en su primer capítulo logra, de una forma fabulosa, que nos metamos con él en su habitación de escritor a altas horas de la madrugada. Está bebiendo whisky, del que echa unos sorbos mientras mira un mapa con banderitas en los pueblos que va a recorrer. Se rasca la cabeza y luego se tiende en una chaise longue, dejando que sus piernas cuelguen como animales muertos. Se echa un cigarrillo, mira los libros y relee alguno, se dispone a salir esa noche cerrada a la estación del Norte para ir en dirección Guadalajara, pero nos ha metido en sus planes desde el primer momento, el momento de desear viajar, aunque sea a pie y en carro y en borrico por Sacedón, Trillo, Budia, Cifuentes...
A mí me gustaría salir de madrugada (exactamente, a las 4 de la madrugada, noche cerrada) y meterme en un autobús del ALSA a ver a dónde voy. No iría muy lejos y mi mochila contendría lo poco que necesitaría para dar una pequeña vuelta por las inmediaciones de Madrid. Lo que pasa es que hasta las 7 de la mañana no creo que salga ningún autobús a ningún lado.
En Méndez Álvaro hay agitación a todas horas. Se mueven muchos autobuses. Un día yo cogí uno para ir a Valencia, otro para ir a Alicante y otro para ir a Oporto y otro para ir a Lisboa.
Los autobuses son como una urna llena de deseos que van sobre ruedas mágicas.
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