Según un tipo de psicología, deberíamos estar agradecidos por levantarnos sanos, por tener agua con que lavarnos la cara, por no tener que ir a un lugar extraño y lejano y frío a hacer de vientre, por tener leche y café y una fruta con qué desayunar, por tener un ordenador en el que mirar mails de los amigos, por vivir en suma, como lo llaman los anglosajones, in the land of plenty, en la tierra de la abundancia. Sin embargo, estamos melancólicos quizás porque vemos que la sociedad, la política, nuestro entorno no funciona como nosotros desearíamos. La política de hoy en día no admite término medio: o eres de unos o de su contrario. La corrección política solo admite una postura, además. Pero es que la comunicación con el vecino, con los de la calle, no es posible y esta cerrazón nos hace endebles, deprimidos, desconfiados. Yo creo que hubo antaño otra forma de relacionarse más espontánea que ahora ya no existe. Todos nos parecen extraños en la ciudad y no debería ser así pues en realidad sospecho que vivimos la melancolía de no poder exponer al prójimo nuestros anhelos íntimos, nuestras preocupaciones. El sujeto de a pie se ha vuelto egoísta y a la vez, se ha vuelto un cuenco cerrado que no vuelca sus sentimientos a los demás. Así lo vivo yo, que, al único que puedo decir mis cosas del alma es a mi hermano.
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