Ya vamos navegando a la primavera. Quizás no como los que se juegan la vida en el mar para llegar a Occidente, sino que la mayoría ya estamos en Occidente. Los que mueren en el Mediterráneo que Dios les guarde un sitio en los Cielos pues a buen seguro, son bienaventurados a los ojos de Dios. Los últimos serán los primeros y estos son los últimos de una cola larga que pasa sufrimientos y hambre para mejorar la vida. Ya vamos navegando a la primavera, excepto algunos que no quieren oír a la crisálida cuando se convierte en ser alado de múltiples colores, los que son ajenos a las yemas de los árboles que acuden ya al sol y el agua de abril. Ya vamos navegando a la primavera: a unos les place y a otros les desagrada o les da igual, pero la primavera se asoma entre el alquitrán, el cemento y el color negro de los neumáticos. La primavera es esa hierbecilla que surge en la gran ciudad, obedeciendo al mandado de Dios que todo lo ha hecho o de la Naturaleza, diosa del mundo.
Un don diferido es como una cuerda llena de nudos.
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