La mañana se estira como nosotros nos estiramos al salir de la cama. No hay prisa. No hay que madrugar. Solo vigilar lo que me fumo. Voy a la calle de las tiendas. No hay ninguno que se tatúe. No hay ninguno que quiera un toldo. En las inmobiliarias (hay 3), no hay clientes que quieran una casa. No sé qué hará tanto personal sin clientes. No veo ningún animal en la veterinaria. Hay también una academia de inglés, pero tampoco veo gente en los pupitres. En la academia de inglés hay un cartel que dice: "para todas las edades". En el bar sí que hay gente: un señor con un ordenador y varios tomando café. Del taller de coches sale un BMW al que parece que le han cambiado las ruedas. Sale marcha atrás, muy bien dirigido por una señora que apura el espacio hasta el centímetro al sacar el coche. Me sorprendo de la habilidad de esa mujer. Mucha pericia en tan poco trecho que tiene que salvar. Luego me vengo a casa. Resuelvo un crucigrama. Me peleo con las sombras de la noche de ayer. Doy otro paseo a ver si hallo un encuentro que me ilumine el día.
El martillo enojado descarga su cólera sobre el hierro.
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