Hay guerra. Hay crisis. Hay despiste para pasar las mañanas. Hay una tristeza que se cuela en los seres más impermeables de la ciudad. Y nadie ríe. Un caracol avanza el pobrecillo para alcanzar desde la acera, el verde césped. Va muy lento, expuesto a que lo pisen. Pero llega. La fe le ha salvado. La fe de llegar a buen puerto. Ahora, el caracol disfruta de un pequeño paraíso. Así vamos nosotros, babeando el suelo mientras andamos a otro lugar que suele estar en el futuro y quizás no llegue nunca. Tenemos poca fe, no vamos a misa a oír las palabras del cura que son de consuelo y de ánimo. Vivimos con poca luz en el cerebro, con escasas lecturas, con ensimismamiento de monos que se miran las manos una y otra vez. Y así, si llegamos adonde tenemos que llegar, llegamos descontentos y feos y viejos. Pero llegamos. Un euro si alguien me hace reír.
Qué bien sé lo que quiero: solo un trozo-con rocas,
junto al río Voltoya- de la provincia de Ávila.
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