Siempre había en el pueblo un venerable señor mayor al que llamaban el tío lechuguino o algo parecido. El tío lechuguino andaba por las márgenes del riachuelo que pasaba por el pueblo, andaba por los caminos a cualquier hora y nunca, nunca iba al bar. Así que el tío lechuguino quedaba en un misterio, en un halo de existencia extraña, en un ser y no ser. Así hemos quedado nosotros: como el tío lechuguino. No sabemos muy bien si merece la pena pasar estos ratos en la Tierra o si disfrutaremos más en la barriada que Dios nos tiene reservada si morimos; no sabemos a ciencia cierta si merece la pena vivir en este mundo o es mejor no hacer esfuerzos de vivir pagando impuestos para que nos los devuelvan en unos servicios que vete tú a saber si sabemos de esos servicios o existirán esos servicios al ciudadano. Se nos queda cara de tontos porque no sabemos por qué pagamos tanto. Bueno. La vida tiene cosas muy amables como tener un compañero de vida o un paseo bonito por el monte charlando de cosas, de cosas.
Es una hermosa noche de verano.
Tienen las altas casas
abiertos los balcones...
No hay comentarios:
Publicar un comentario