El otro día me decía un tipo que algún día sería feliz. Yo no le quise contradecir. Solo le pregunté si ese día era lejano en el tiempo o podría sobrevenir en estos meses de calor que llevamos. Me dijo que sería feliz en el otoño que se avecinaba, que él solo aspiraba a sobrevivir este verano de la forma que fuera y en otoño, ya con las hojas caídas y el ramerío desnudo, alcanzaría la dicha de ser un hombre centrado, coherente y con muchas ganas de vivir. Le dije yo que el verano era una estación propicia a desahogos sentimentales y corporales, que la gente, en verano, hace amigos, compañeros de cama y otras componendas que podrían beneficiar a su vida. Él me dijo que el verano es un espejismo para turistas pobres de imaginación, para trasnochadores tristes y para putas muy necesitadas de dinero. Y dijo que el verano suyo consistía en estar encerrado en casa viendo pasar las horas. Vale, dije yo, pero hay que ser feliz en todo momento, ¿no? No, dijo secamente. Solo cuando las condiciones atmosféricas lo propicien.
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