Ya he tomado otro café con leche frío refrescante. Es lo que tiene el trastorno bipolar, que llega la tristeza y se instala en mi espíritu una mañana o días enteros, con ecos de ansiedad o angustia que tardan en desvanecerse. Entonces, hay que aguantar. Y vas de aquí para allá pero pareces un fantasma o un ser extraño que no hace más que disimular su tristeza. Lo consigues o no, pero se queda dentro hasta demasiado tarde. Así lo he vivido yo de joven, la tristeza como una forma de despiste o de alejamiento de la vida, mientras los demás reían o por lo menos, no sufrían como yo. Me acuerdo como si lo estuviera viendo, toda mi familia en un centro comercial en el que había que subir como unas rampas y yo, con 18 años, sufriendo esa angustia pegajosa que daba la enfermedad. Y luego, he estado sufriendo ansiedades y tristezas y malhumores hasta muy temprano, hasta hoy quizás. ¿Y esas sensaciones se curarían si yo me distrajera y lo pasara bien y viajara? No lo sé. Creo que no. Es como el que es cojo de pequeño. Lo más normal es que cojee toda su vida.
El dueño de un pueblo es aquel que se pone a su servicio.
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