Leo a Azorín. Habla de castillos, de santos, de un maestro que tuvo en Yecla y que cuando él va a Madrid, se lo encuentra en un manicomio de Getafe. Azorín habla de la patria común que era antes el catolicismo, la idea de que todos pertenecían a la iglesia y a Dios. Leo a Azorín tranquilamente y Azorín expresa sus ideas sobre los poetas, sobre los labradores y sobre los franciscanos que viven en una celda de un convento. En "La voluntad", Azorín nos cuenta cómo, una chica de la que está enamorado ingresa en un convento y muere allí de frío y una locura que se le mete a su novia monja. Azorín entonces se casa con Esperanza que es la panadera del pueblo.
Leyendo a Azorín me doy cuenta de la riqueza del lenguaje español, de lo medida que es la frase azoriniana, de lo bien que se lee a este escritor que se le ha incluido en la lista de autores de la generación del 98.
Corre vida por los artículos de Azorín y también muerte: la monja, el labrador, los castillos en ruinas, la pérdida del sentido de patria común, etc.
Azorín "mola", podemos decir modernamente porque Azorín es inmortal. Sus escritos le hicieron inmortal.
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