Es octubre, finales y en Majadahonda agoniza la noche: ni Dios sale a la calle quizás porque no hay dinero quizás porque hace frío, bastante frío. Hemos estado Paco y yo con nuestros padres. A las 8 de la tarde los hemos dejado con un sobrino y su mujer. Paco y yo tenemos también que cenar, tomar medicinas, ducharnos y acostarnos así que nos hemos venido para casa. Sentados en un banco fumando un cigarrillo antes de meternos en casa, hemos visto un panorama desolador, impropio de un sábado por la noche: poca gente, pocos jóvenes y nula fiesta. La gente anda de capa caída. Las crisis sucesivas que hemos vivido ha roto la confianza de la gente en su modo de vida; antes, mucho más alegre; ahora, tristona y problemática.
Bueno. Falta poco para que Paco y yo nos acostemos y digamos adiós a este día. No lo he pasado mal. He leído un libro interesante tranquilamente, he hecho unas poesías, he pasado el tiempo entretenido. En fin, no ha estado mal del todo. Con mi madre, he visto los toros y hemos comentado cosas para pasar el rato. De eso se trata: de pasar el rato.
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