La ciudad diminuta y las campanas que tañen cual si fuera hoy día de celebración divina. Yo ya estoy contento de vivir en esta ciudad. Los viandantes saludan al pasar. Desde aquí yo contemplo, tendido, la acera de todos. Habrá un día que diremos adiós a la enfermedad y a la tensión. De todos modos, la vida se abre paso entre las habitaciones y la cocina y el comedor. Tantas horas pasadas, tanto delirio, tanto quehacer. Y las horas se funden con el hierro de la soledad y el horror de ser humanos delicados, racionales, sufrientes. Pero el sur no existía, ni agua ni luz ni noche ni día. Las ascuas de un fuego antiguo y animal subsistía como la noche de los tiempos en la caverna, en la bronca caverna.
El campo de mi patria reposa bajo la blanca luna.
Mala conciencia de este sabor a España.
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