La calma chicha en medio del océano hiela la sangre a una temperatura cálida. En tierra, las nubes no asustan pero espabilan, el retemblor causa nerviosismo, el viento azota a los inocentes, la humedad es dolor de viejo y de edificios castigados por la intemperancia, la sequedad es trasiego del despistado, la brisa engaña a los imprudentes, y ya he dicho mucho. El humo de tabaco calma, quita angustia y hace sabio a el que lo busca. Vivir en lo ocioso, en el paseo objetibable y en la palabra contumaz acarrea la muerte, tanto en campo abierto como en poblado. Cerca de mí no se hablaba de la muerte ni de mucha política, cosas de muertos, y lo que veía y escuchaba me lo hacía tragar el espíritu de mi esclavitud lacaya del que me daba pan. Pero además, cuando mis sentidos no encontraban lógica en el abismo de la realidad irreal de mis congéneres, trágala, trágala y trágala. He visto poco y he leído poco, pero suficiente para defenderme del enemigo amigo y del amigo enemigo, y pido a Dios más tornillos, pues rosca nací, pero que pueda yo tener paciencia.
Rascayú, rascayú, cuando mueras qué harás tú.
Sé humilde, paciente y prudente y pídele a Dios cosas que te dará lo tuyo; soberbio, iracundo e hijo de la mentira y te perderás en este mundo y en el abismo de la tortura de tu propia conciencia.
En los estertores, quisiera yo tener mi alma lista.
En lo extraño, pido yo, comprensión de la extrañeza, pero ante lo imposible me rindo extenuado, me revuelvo en mí mismo y sigo mi camino rodeado de indolentes, suicidas y traidores.
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