Pague cada cual su pecado y el pueblo, víctima de las castas, salga ileso de tanta aberración política. Las horas vienen a mí deshechas en cuestión de un recuerdo maldito. Las acechanzas de la oscuridad del alma ya no traen más que dolor e impaciencia. No quiero salir a ver cómo se pueblan las aceras, cómo los supermercados giran sobre sí mismos, cómo las gentes llenan las plazas de pláticas y otras ofrendas a lo público. Los hermanos de los tiempos oscuros vuelven a pelearse. Pero esta vez no llega la sangre a la calle, no se pegan tiros a los cuerpos encendidos. Menos mal. Respiro de satisfacción con los pulmones alquitranados, con la seriedad del que sabe de historia y la ha leído. La pena es que no se ponen de acuerdo. La pena es que son ajenos a lo que quiere la población: paz y prosperidad.
Asciende un marea, rosas equilibristas
sobre el aire matinal de la dulce Majadahonda.
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